El próximo 30 de junio se cumplirán 16 años de la aprobación del Matrimonio Igualitario en España. En 2005, el país se situaba en la delantera en términos de derechos LGTBIQA+, un escenario bastante diferente al actual donde muchos países ya han dado pasos importantes hacia la integración del colectivo, mientras que en España la aprobación de la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans encuentra dificultades.
Cuando se legalizó el Matrimonio Igualitario, tan solo lo habían hecho Holanda, Bélgica y Canadá. De esta manera, el país se convirtió en un faro en cuanto a la integración LGTBIQA+, y se consagró como uno de los países más seguros para el colectivo, recibiendo cada año a miles de personas huyendo de la hostilidad que su condición sexual o identidad de género les causa en su país de origen.
A día de hoy, varios países latinoamericanos han avanzado mucho más en el campo legal a pesar de aún registrar altas tasas de violencia contra la población trans. En España solamente 13 Comunidades Autónomas han aprobado leyes que amparen a las personas trans en ausencia de una ley a nivel estatal.
Recientemente una ola de ataques LGTBIfóbicos ha puesto al colectivo en alerta. Activistas apuntan que la ascensión de la extrema derecha en Europa ha provocado un aumento de la violencia contra el colectivo. La generación que creció mientras ocurrían estos avances es consciente de que hay que seguir luchando y conquistando derechos, como nos cuenta Cris en su relato:
HE SIDO MARCADA DESDE LA DIFERENCIA desde que tengo uso de razón, al igual que el resto de personas que conformamos estas supervivencias. Primero me dijeron que soy mujer, después pelirroja y pecosa. Más tarde, marimacho: como si Mari englobara a todas las personas socializadas como mujeres; como si Macho englobara a todas las personas socializadas como hombres; y como si todo fuera tan binario cómo quieren creer.
En el momento que fui consciente de estas etiquetas que he ido recibiendo a lo largo de mi vida al mostrarme tal y como me ha apetecido, tal y como me salía desde lo más profundo de mí, he ido tanto indagando como habitando mi propia identidad y mi cuerpo. Así, aceptando y reapropiándome de las etiquetas recibidas desde fuera, he ido reivindicando quien soy hoy: una mujer cis, blanca, marimacho y bollera, consciente de las opresiones y las ventajas que estos términos conllevan.
Ser una persona LGTBIQA+ en el País Valencià me ha resultado complejo debido a las opresiones que ha conllevado, sin olvidar los privilegios con los que también he contado. Me siento orgullosa de sentirme acompañada por tantas otras personas que también llevan sus disidencias a las políticas del día a día. De este modo, se hace cada vez más necesario tanto seguir construyendo como cuidando redes afectivas y de apoyo mutuo: para compartir vivencias y sentires desde nuestras desigualdades.
Ser una persona perteneciente al colectivo LGTBIQA+, como es mi caso, hace que el simple hecho de ser y estar en la calle sea todo un acto político y subversivo. Es más, si presentas expresiones de géneros que no se suelen asociar con el género con el que desde fuera te ven se producen situaciones molestas – como puede ser violencia verbal o física – por parte de una mayoría de personas normativas que conforman la sociedad.